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Pesadito el tema. Algunos creyeron ver en esta decisión que el foco está puesto en dos sectores de proteínas animales donde hay un peso muy importante de empresas chinas y…brasileñas. Hace casi una década hubo un gran debate por la adquisición de Smithfield, un coloso en el mundo de los cerdos, por parte de la china Shuanghui International Holdings Ltd. Luego de la compra, Shuanghui cambió su nombre a WH Group (2014), que hoy es el mayor productor de carne de cerdo del mundo.
Es interesante, porque si bien la empresa sigue teniendo el management previo a la adquisición, lo concreto es que ha priorizado las exportaciones a la República Popular, donde además del crecimiento de la demanda, padecieron problemas sanitarios que diezmaron sus piaras.
El otro jugador extranjero, especializado en carne vacuna, es la brasileña JBS, y ahí nomás viene su compatriota Marfrig, que abastece de hamburguesas a los McDonald’s de todo el mundo. Aquí hay guerras solapadas entre estos actores y los grandes packers estadounidenses. La guerra de lobbies está haciendo de las suyas y el chauvinismo de Trump encontró un buen “nicho” para entrometerse. La cuestión de las manipulaciones de precios, prácticas oligopólicas y otras lindezas le caen como anillo al dedo. Está bueno que haya claridad.
Pero Trump fue más allá. Es conocida su posición negacionista respecto a la cuestión ambiental. Pero ahora la metió en el mismo pantano: los altos costos de la agricultura, que terminan repercutiendo en el precio de los alimentos, están en su visión vinculados con las exigencias que deben atender distintos actores de la cadena agroindustrial. Se la agarró con John Deere, nada menos, diciendo que los altos costos de sus equipos están relacionados con la necesidad de cumplir con parámetros de emisiones que él considera “ridículos”.
Es cierto que el precio de la maquinaria agrícola se fue a las nubes. Pero no solo por cuestiones ambientales, que no tienen mucha influencia en los diseños de equipos y motores. El problema es el sendero tecnológico elegido por los grandes actores, donde al amparo de los subsidios entraron en el paradigma del “bigger is better”. Y además del tamaño, la sofisticación, en la era del big data. Trump le pidió a John Deere, explícitamente, que baje sus precios. Y para ello le prometió reducir las exigencias ambientales. Veremos.
El tema es que los alimentos están caros y los costos agrícolas también. La administración Trump acaba de otorgar 12 mil millones de dólares extra para ayuda del sector agrícola, y lo que no quiere es que ese refuerzo se vaya por el caño de gastos innecesarios. La medida provocó una caída en Wall Street de las acciones de JD (casi un 2%, un disparate), Caterpillar y otras empresas del sector agrícola que cotizan en bolsa. Todo un indicador de lo que está en juego.
Todo esto nos pega de costado. Cuando se negoció el apoyo financiero a la Argentina, la cuestión agrícola apareció en el centro del tablero. Los farmers de Iowa pusieron el grito en el cielo. Decían que el gobierno norteamericano estaba ayudando a sus competidores pamphúmedos. Trump les tiró una linda soga, pero teme que sirva para convalidar los altos costos actuales.
Para nosotros, que aprendimos a producir a bajo costo y atendiendo, además, las cuestiones ambientales, es un momento interesante…
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