Todo empezó en la Segunda Guerra Mundial. Por aquellos tiempos duros, el racionamiento se hacía sentir en Islandia, y las restricciones impedían que muchos productos pudieran ser importados a la isla. Uno de los bienes que quedó a salvo de esta limitación fue el papel. Tal como se dice, de la necesidad, o de la escasez, se puede hacer virtud. Así las cosas, en esas Navidades los libros se convirtieron en el regalo por excelencia.
Pero el fin del conflicto bélico no terminó con la costumbre: tanto se arraigó que se mantiene hasta el día de hoy. Jólabókaflód es la palabra que designa la tradición, que literalmente significa la inundación de libros en Navidad. El ritual empieza en noviembre, cuando la Asociación de Editores de Islandia envía a cada hogar del país, de manera gratuita, el Bókatíoindi, un catálogo de nuevas publicaciones, de modo tal que cada uno pueda ir eligiendo y paladeando el que obsequiará, o el que pedirá como presente, para leer junto al fuego, acompañado de una taza de chocolate caliente o de un jólabland, -la popular bebida dulce navideña, mezcla de gaseosa de malta y de naranja- entre la noche del 24 y el día de Navidad.
Tierra de glaciares, volcanes, géiseres, cascadas, y de los cielos más increíbles, Islandia es también territorio de lectores apasionados. Hay quienes afirman que es el país del mundo que más libros imprime por habitante, que la mitad de la población lee más de ocho ejemplares por año y que uno de cada diez islandeses publica un libro. El único Premio Nobel islandés es el poeta y escritor Halldór Laxness y Reykjavik, la capital, fue designada por la Unesco Ciudad de la Literatura. ¿A quién puede extrañar que los islandeses pasen la Nochebuena leyendo?
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